Atrás

Mauricio Rosadio canta desde la herida en ‘Langara’

No todos los discos nacen con vocación de álbum. Algunos, como Langara, comienzan siendo otra cosa. Mauricio Rosadio escribió poemas en medio del naufragio, no pensando en guitarras, ni en grabaciones, ni en estructuras de verso-coro. Escribía para sobrevivirse. Para entender cómo se rompe uno cuando se le cae el amor, la ciudad, y la brújula. Esos textos, crudos y casi confesionales, se quedaron ahí hasta que, como suele pasar con lo honesto, pidieron aire. Entonces llegó la música. No como un decorado, sino como un salvavidas.

La historia detrás de Langara es menos una anécdota que una prueba emocional. Un joven peruano en Canadá, desmoronado tras una ruptura sentimental, escribe versos para evitar que el silencio lo devore. Semanas después, esos versos mutan en canciones. La belleza del proceso no está en su precisión técnica, sino en su valentía emocional. Cada pista suena como un intento de sostenerse. Hay una crudeza que no se disfraza: la voz de Rosadio tiembla donde tiene que temblar, se detiene donde nadie suele detenerse, y no le teme a repetir la tristeza cuando aún no ha pasado.

Lo que sorprende del EP es lo bien que el dolor se traduce a sonido sin perder el aliento original. No se siente forzado ni impostado. Se siente como lo que es: un acto de fe. Langara, el tema que abre, marca el tono con una especie de melancolía contenida, mientras que “Tú no sabías” funciona casi como un recuerdo en loop, uno que no se cansa de preguntarse si todo fue un error. La producción no busca sofisticación: busca coherencia. Y la encuentra.

Rosadio no convierte sus poemas en canciones porque quiera mostrarlos al mundo. Lo hace porque ya no puede seguir guardándolos. En “Podrás llamar?”, por ejemplo, hay una urgencia tan íntima que uno siente que está escuchando algo que no debería. Pero ahí está lo potente: que todo esto haya sido escrito para nadie y, sin embargo, le hable a cualquiera que haya perdido algo importante.

Langara no fue pensado como un manifiesto ni como un debut impecable. Es otra cosa. Es un pedazo de diario leído en voz alta cuando ya no se tiene miedo a llorar frente al espejo. Y en esa desnudez, uno puede escuchar lo que muchos callan.