Karate Kid: Legends
(aka “La patada directa al corazón que no sabía que necesitaba”)
A veces uno va al cine buscando solo pasar el rato, pero hay películas que te agarran de la nostalgia y te regresan directo a esos momentos en los que creías que con un par de movimientos de manos ya sabías Karate. Karate Kid: Legends es exactamente eso: un viaje emocional que mezcla patadas, honor, y recuerdos con olor a VHS.
Desde que empezó la peli y vi el primer plano, sentí un nudo en la garganta. No porque fuera triste, sino porque me regresó a cuando veía las pelis originales en la tele los fines de semana, creyéndome Daniel LaRusso en el patio de mi casa, haciendo la grulla sobre un tabique.
La película no es perfecta, pero no vino a serlo. Vino a juntar generaciones. Y lo hace muy bien. Ver a personajes icónicos reaparecer, cruzarse con nuevas caras llenas de energía y hambre de lucha, fue como ver a tus héroes pasarse la antorcha sin soltar del todo el pasado. Porque, seamos honestos, hay historias que no se superan… solo se transforman.
Las coreografías están buenísimas, sí. El drama adolescente, medio exagerado, pero entrañable. Pero lo que más me pegó fue el mensaje: la lucha sigue, incluso cuando creces. Incluso cuando crees que ya todo está dicho. Y a veces, luchar no es dar patadas, sino seguir creyendo en uno mismo.
Mr. Miyagi sigue ahí, aunque sea en espíritu. Y sí, lloré (un poco, no me juzguen) cuando le rindieron homenaje.
Mi veredicto:
No es solo una peli de artes marciales. Es una carta de amor a los que crecimos creyendo que el honor, el respeto y la disciplina eran cool. Y para los nuevos, es una puerta de entrada a algo más que golpes: una filosofía de vida.